La docencia que parte del otro. Parte I

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Para hablar de la docencia nos preguntamos:

¿Qué significa ser maestro?,[1] ¿quién es el maestro? Digamos anticipadamente que es aquel que:

Sin necesariamente ser pedagogo, advierte que en la educación se juegan una y otra vez, en cada escenario, a propósito de cada otro, de todo otro, cuestiones que llevan los nombres de herencia, hospitalidad, don, extranjeridad, traducción, interpretación, institución, tiempo, relación. Cuestiones todas ellas que nos reenvían a lo inenseñable y a lo enseñable (Skliar y Frigerio, 2006, p. 7).

La docencia: una vocación

Me es inevitable hablar de la docencia sin recurrir a las vivencias propias que, como docente, me han trastocado. En la docencia he encontrado satisfacciones y angustias profundas, a tal grado que me he preguntado qué será de mí el día que me retire de las aulas y de las conversaciones con los estudiantes dentro y fuera de los salones de clase. Me es penoso, por no decir que me duele, imaginarme tal escenario. ¿Qué haré cuando algo a lo que amo se haya desvanecido? Es una pregunta que, desde hoy, por momentos, ya roba parte de mi tranquilidad. He llegado a pensar seriamente en aquellas palabras de George Steiner: “La auténtica enseñanza es una vocación” (Steiner, 2007, p. 25).

La otra cara de la docencia

Actualmente, la docencia se ha convertido en una profesión envuelta en el mercantilismo y utilitarismo que, por ende, es valorada y evaluada desde su eficiencia y producción. El mismo docente se posiciona como un profesional devaluado en un sentido monetario frente a otras profesiones.

Es común encontrar profesores que ven en la docencia una actividad temporal, puesto que estarán ahí mientras encuentren un trabajo mayormente remunerado y con mejores condiciones laborales. Una visión así, difícilmente hará que los profesores se comprometan ética y políticamente con su profesión. Este tipo de profesores pueden llegar a instalar: En la sensibilidad del niño o del adulto, el más corrosivo de los ácidos es el aburrimiento y el gas metano del hastío. Millones de personas han matado las matemáticas, la poesía, el pensamiento lógico, con una enseñanza muerta y vengativa mediocridad, acaso subconsciente, de unos pedagogos frustrados. (Steiner, 2007, p. 26)

Estas palabras taladran mi pensamiento porque hallo en ellas mucha dosis de verdad. Encontrar en la docencia la puerta para el engrandecimiento del espíritu requiere forzosamente cambiar la concepción modernista del docente, y eso es solamente posible si dejamos de ver al estudiante como un mero depositario de nuestros saberes, y nos presentamos frente a él limpios de prejuicios anticipados. “Hay maestros que han destruido a sus discípulos psicológicamente y, en algunos raros casos, físicamente. Han quebrantado su espíritu, han consumido sus esperanzas, se han aprovechado de su dependencia y de su individualidad. El ámbito del alma tiene sus vampiros” (Steiner, 2007, p. 11). Esto sucede así cuando la docencia no parte de los requerimientos del estudiante, sino de las propias expectativas, frustraciones y desesperanzas de los docentes.

La docencia que parte del Otro

Revisar la tarea que llevamos a cabo día a día no es vigilancia de poco peso. Significa concentrar, en beneficio del otro que se nos presenta como alumno,[2] todos nuestros esfuerzos. Para ello, es necesario dejar que el Otro se manifieste, se acerque a su propio ritmo y a través de su propio idioma. En otras palabras, es ir a su encuentro, mas no en su auxilio. Es estar preparados para dejarnos seducir en el sentido más espiritual de la palabra.

De esta manera, la docencia se convierte en un acontecimiento que empuja, tanto al maestro como al discípulo, al encuentro con uno mismo a través del Otro, desarrollando, de esta manera, la elevación del ser.

El hombre vive en el mundo; su autorrealización está referida a su mundo. Sólo se realiza “a sí mismo” cuando lo hace en “su otro” […] El semejante que nos sale al encuentro como un ser personal-espiritual de idéntica especie y valor, nos habla, se nos abre y nos incita a creer, confiar, querer y amar. Sólo en la realización personal el hombre llega a su pleno desarrollo. (Coreth, 2007, p. 219)

Un acontecimiento de estas características es para Flitner una “comunidad educativa”, la que puede definirse como: “todo encuentro y relación entre personas donde surge una situación educativa como algo que compromete” (Flitner, 1972, p. 82).

En este encuentro se hallan frente a frente dos partes: educador y educando, aunque ciertamente esto es una abstracción, pues son hombres de carne y hueso los que se unen por una “auténtica relación vital desde el punto de vista social, epistemológico y moral” (Flitner, 1972, p. 110).

La relación vital establecida entre maestro y discípulo, compromete a la autorrealización de ambos como una “actividad dirigida hacia dentro” (Flitner, 1972, p. 83), convirtiéndose la docencia en la razón de ser de quien enseña.[3]

Para saber más

Licenciatura en Pedagogía e Innovación Educativa, Licenciatura en Innovación Educativa y Gestión del Conocimiento,

Educación Continua, Diplomado en Neuroeducación: Aplicaciones Prácticas, Diplomado en Estimulación y Educación Temprana, Universidad Intercontinental.


[1] A lo largo del texto y de manera consciente, se utilizan los términos de maestro, educador, profesor y docente como sinónimos cuando no lo son. Esto es así debido a que el objetivo no es realizar un análisis conceptual de los mismos, sino problematizar desde determinada lectura epistemológica, la formación y práctica de quienes nos dedicamos a la tarea de enseñar en espacios escolares.

[2] Aunque sabemos que los términos de estudiante, discípulo, alumno, educando no significan lo mismo, se hará uso de ellos como sinónimos, señalando que el objetivo del trabajo no se establece en analizar la tradición histórica y conceptual de cada uno de ellos.

[3] Cuando esto sucede, surgen preguntas muy incómodas: “¿Cómo se puede poner en nómina la vocación? […] ¿Por qué se me ha remunerado, se me ha dado dinero, por lo que es mi oxígeno y mi raison d’être?” (Steiner, 2007, p. 27). El autor no las responde, las deja sobre la mesa para su discusión. De algo estoy convencido, cuando nos hacemos preguntas que nos incomodan, es que no estamos satisfechos con lo que hemos logrado o con lo que estamos ‘siendo’, e aquí la importancia de lo que Heidegger plantea a cerca de volver a la pregunta por sentido del ser.

Comenio, J. A. (2008). Didáctica magna, México: Porrúa.

Coreth, E. (2007). ¿Qué es el Hombre? Esquema de una antropología filosófica. Madrid: Herder.

Espinosa y Montes, Á. R. (2009). Ética y formación docente. Conferencia llevada a cabo el 17 de noviembre en la Universidad Insurgentes, Plantel Xola, México.

Flitner, W. (1972). Manual de pedagogía general.  Barcelona: Herder.

Freire, P.  (2007). Pedagogía de la esperanza, México: Siglo XXI.

Heidegger, M. (2011). Ser y tiempo. Recuperado dewww.philosophia.cl

Skliar, C. y Graciela F. (Comps.) (2006). Huellas de Derrida. Ensayos pedagógicos no solicitados.Argentina: Del estante.

Steiner, G. (2007). Lecciones de los maestros. México: Siruela-Fondo de Cultura Económica.

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