Perú, país de grandes poetas, ha sido tierra adoptiva de gran cantidad de inmigrantes japoneses, de la llamada comunidad nikkei. Gracias a ello, podemos disfrutar de la poesía de José Watanabe.
Nace la poesía de Watanabe
En el siglo XIX, Harumi se convirtió en uno de esos inmigrantes que satisfizo la demanda de mano de obra de las haciendas peruanas. Allí mismo, Harumi contrajo matrimonio con Paula Varas Soto, formaron una familia y vivieron como campesinos.
Entre pollos y patos de corral, Harumi traducía a uno de sus hijos, sin ninguna intención en particular, los poemas de Basho.
Con el tiempo, aquel niño, José Watanabe, se convertiría en uno de los poetas más sobresalientes no sólo de Perú, sino de la lengua española en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI.
El espíritu en la poesía de Watanabe
José Watanabe (1945-2007) se desarrolló como poeta bajo el espíritu de sus antepasados nipones, reconociendo la cualidad de ese espíritu:
“Esta conducta ‘elegante’ [estoica, debí escribir] ante una situación límite compuso desde muy antiguo el modo de ser nuestros padres. Ellos crecieron escuchando historias de samuráis que luego nos repitieron. Las enseñanzas implícitas en los argumentos casi siempre abundaban en la dignidad ante las situaciones extremas y, especialmente, ante la muerte” (Watanabe, 2003: 147).
La contención o refrenamiento, como él mismo lo llamó, fue una actitud que Watanabe apreció muy bien en su padre y que, como una forma muy personal de ser, inevitablemente llevó a su poesía.
De los poemas de José Watanabe se agradece su enorme capacidad para contenerse y mantener una viva expectativa frente al hecho poético. Entre quienes escriben, se dice que es muy fácil matar la poesía por exceso de expansión lírica.
Watanabe entra en el poema con una mirada maravillada, como se suele observar cualquier suceso que reclama la atención de la poesía; sin embargo, su mirada es cautelosa, marca una distancia, no se engaña o no quiere espantar eso que ha surgido del encuentro con lo poético.
La fragilidad de Watanabe
Cuando hay una mirada como la de Watanabe, que no sólo ve, cualquier cosa puede originar un poema: unas flores de plástico, la abundante zoología, ciertos lugares, un cuadro, algunas frutas, personas, el pasado.
Watanabe es un poeta muy consciente de cuán frágil puede ser la hebra que nos conecta con la poesía. Hay momentos en los que se reconoce que algo no está bien en el poema y por ello él mismo se contiene, como en el poema Ardilla:
Este fue un ejercicio muy subjetivo de descripción
que escribí antes de la cirugía en un hospital de Hannover.
porque no supe conducir con claridad su sentido.
Tal vez quise hablar de los animales de vida vibrátil
y también capaces de ser de quietud
como la ardilla que se recoge en el fondo de una cueva
y el tiempo transcurre, pero no para ella.
O acaso quise hablar de resurrecciones. Yo buscaba
desesperadamente ese sentido. Sí
porque cuando la ardilla vuelve trae todavía
la incredulidad de su despertar, y cambia,
es una mujer, el verano, cualquier contento.
Es como si esa hebra se le estuviera escapando al poeta, pero que empieza a recobrar una vez que vuelve sobre sí: se refrena. Entonces, Watanabe vuelve a mirar y andar sobre pasos bien medidos, pues da con aquello que más vale tratar casi cariñosamente para no perder el poema.
De ahí esas expresiones de deferencia y absoluta consideración:“tal vez quise… o acaso quise… yo buscaba…”. No otro objetivo sigue la poesía de Watanabe que hacernos ver con profunda cortesía, respeto y admiración a la vez, aquellas cosas que sólo pueden mirarse con lentitud.
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Para saber más
José Watanabe (2003). Elogio del refrenamiento (1971-2003), Sevilla, Renacimiento.
J. Watanabe (2008). Poesía completa, Valencia, Pre-textos, 2008.