Contar historias para comunicar ideas

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Las capacidades de la ficción aportan útiles herramientas para la mejora de los procesos comunicativos, y, por ende, para comunicar ideas a través del desarrollo de habilidades específicas, pero ¿cómo iniciar el proceso de escritura? (Fragmento de la ponencia del Séptimo Encuentro Docente en Comunicación, del 13 de noviembre de 2017).

Por Edgar Fco. Rodríguez  Galindo|
Docente de la Licenciatura en Comunicación

 

Escribir ficción permite desarrollar habilidades creativas fundamentales para la implementación de procesos comunicativos eficientes, pero hacerlo requiere de una gran capacidad para estructurar ideas y trascender el ensueño, además de una coherente redacción  de los ensueños.

En este sentido, aprender a escribir también es aprender a pensar. “Piensa y luego escribe” es uno de los primeros consejos que doy a mis alumnos; sin embargo, la inmediatez de nuestro tiempo parece demandar lo contrario: debemos aprender a pensar rápido. Improvisar una historia, por ejemplo, ejercita la agilidad mental, generando conexiones de ideas al vuelo; mientras que aprender a escribir sin escribir es otra facultad fundamental, esto significa pensar la frase completa antes de pasarla al papel. Pensar, con la estructura básica de la oración, agiliza la transformación de una idea en un texto: Sujeto-Verbo-Predicado.

Otra característica básica de una buena ficción es la verosimilitud, una habilidad que hace pasar por verdadero lo que es mentira, y la cual requiere de una agilidad de pensamiento particular, pues los mecanismos de lo real son susceptibles de imitación. Para aprender a hacerlo, se necesita práctica, no cualquiera puede contar una buena mentira.

¿Pero qué escribir o cómo comenzar a escribir? ¿Cómo se aprende a escribir ficción? Una de los mejores gimnasios es la minificción. Escribir textos breves ejercita la claridad, la concreción y la contundencia. En este género, menos es más; por ello, siempre se busca la mejor forma de contar la historia con la menor cantidad de palabras. Así, la precisión se vuelve obsesiva: al trabajar con tan pocas palabras, el autor debe preguntarse ante cada una si es necesaria o podría quitarla o si tiene sentido agregar que el dinosaurio es verde o si es una obviedad, algo intrascendente para la historia.

Por su parte, la poesía, como ningún otro género literario, implica un dominio de la lengua, de sus sonidos, sus cadencias, sus múltiples significados, su composición silábica. No llegaré a la presunción de que debamos enseñar poesía a los estudiantes de Comunicación, ya que es un género tan subjetivo, que su enseñanza rebasa las fronteras de cualquier pedagogía; pero me gustaría cerrar con una sugerencia sobre la utilidad de leer poesía, la cual va más allá del uso de las metáforas: la poesía es más que la expresión de emociones, es lenguaje en estado puro; es el campo donde las palabras mejor se mezclan y se condensan. Admirar dichos procesos, permite comprender la dimensión dúctil del lenguaje, y practicar el uso de metáforas, abre los horizontes de la realidad, demostrando cómo se puede transformar.

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