El “poli” Juan Carlos, disfruta cada mañana de las lunas del cielo de la UIC. Se jacta de estar parado en el lugar exacto; hecho que le ha regalado ser el primero de toda la universidad en llenarse las pupilas de luz blanca. Quizá nunca revelará el motivo de su noble profesión pero sobrevive al tiempo y a los despistados que bien podrían arrollarlo en cualquier momento. Sea cual fuere la suerte de Juan Carlos hoy la vida lo ha convertido en un intermediario de lo humano y las señales de tránsito.
El estacionamiento está construido de tal forma que los autos queden diagonalmente ubicados para la funcionalidad de los estudiantes. No obstante, son ellos mismos quienes, quizá, por la prisa no respetan las líneas ya asignadas y que Juan Carlos, desea ver algún día. La gente acelerada, llega con más miedo de faltar a su clase que de estrellar su propio vehículo.
El estacionamiento pareciera estar vivo, pues con los años ha adquirido grietas que simulan las arrugas de la piel. Las cuales, se esparcen por el cemento, germinando a los árboles en los espacios selectos. Quizá sea la forma de revelarse a su misión de delimitar el espacio entre un auto y otro.
Entre árboles y autos, Juan Carlos nunca está solo, pues a pesar de que sus días no suelen variar, se ha acostumbrado a ver los mismos autos todos los días. Ha creado una intimidad al recibirlos cada mañana. De aquellos autos polarizados, se aprendió las placas, de los que no, ha grabado los rostros de los conductores. Ello lo mantiene acompañado, pues la rutina hace que no se sienta solo.
Juan Carlos vive en el limbo cuando los estudiantes ya han llegado a su clase y aún falta tiempo para el arribo de los siguientes; es entonces cuando se permite imaginar espacios que le dan tranquilidad. Su mente no suele viajar muy lejos. Mientras que para muchos el santuario mental radica en el mar o un bosque callado para él, es imaginar el estacionamiento alineado en forma perfecta. Es decir, sueña con que llegue el día en que todas las personas se estacionen como deben.
Suele viajar en la imaginación y volar por encima de la explanada, vislumbrando como especie de cenital el lugar que ocupa cada uno y cómo le gustaría a él el alineamiento. Dicho sueño es interrumpido por aquellos que utilizan el estacionamiento para todo lo que el reglamento delimita como prohibido. Pero, ¿quién se imaginaría que hoy en día dormir es un delito? El verdadero delito para Juan Carlos es que le hagan despertar de sus sueños, de sus viajes por la imaginación.
Mientras Juan se la pasa soñando, medita y asume que al expandir el estacionamiento, no existirían esas imprecisiones. O esa falta de cálculo en los apresurados estudiantes e incluso el desinterés en el acelerado ritmo de vida. Sabe que alguna vez se intentó tal proyecto y aunque la maqueta existe y está en la biblioteca, él ya no sabe qué creer. Dicha maqueta está en el primer piso, donde se observa el estacionamiento expandido y en miniatura, el cual sería perfecto para la universidad. Pero mientras Juan Carlos piensa en ello cada mañana, observa la luna y regresa a la realidad, sabe que otro día más, nadie se estacionará como debe y, que, quizá nunca vea el prometido estacionamiento terminado.
Para saber más:
Licenciatura en Comunicación Digital, Universidad Intercontinental.