Cuando los argumentos se acaban en una discusión, diálogo o debate, debe reinar el silencio. Porque el intercambio de ideas debe ser eso, un intercambio, y no una lucha por tener la razón a toda costa.
¿Qué surge cuando los argumentos se acaban?
Descalificaciones y ofensas
En el intercambio de opiniones con descalificaciones u ofensas, resulta común decir: “Se acabaron los argumentos y comienzan los insultos”. Así sucede cuando alguien sin suficientes razones o pruebas que sustenten sus afirmaciones o negaciones recurre a la agresión verbal.
Bromas
También, ante la falta de argumentos o lo avasallador de los expuestos por el contrario existía otro recurso: la broma. Acompañada de la modulación de la voz —por ejemplo, chillona—, se convierte en medio para desviar la atención de un tema indefendible.
Ataque personal
La falta de argumento también suele llevar al terreno del ataque personal. Es decir, se señalan hechos no relacionados con el punto de discusión, sino con las características o el pasado de la persona.
Por ejemplo, tenemos el caso de un debate sobre los probables responsables de un accidente en el servicio público de trasporte. Ahí, sin ninguna conexión con el tema, se señala a responsables que hace 25 años fueron acusados de falsedad ante autoridad judicial. Creen que ese suceso autoriza a afirmar que son mentirosos.
Desaprobación
Vituperar o desaprobar se emplea como distractor para no ser exhibido de falta de razonamientos convincentes, lógicos, congruentes. El propósito es desvirtuar lo sostenido por la persona con la que se confrontan pensamientos, ideas, proyectos, enfoques.
Los temas de debate van desde medio ambiente, decisiones sobre políticas públicas, artículos periodístico, hasta el punto de vista deportivo particular.
En síntesis, la desaprobación es refugio de quien no puede aceptar que carece de argumentos o pensaba que no podían rebatirse.
Mentiras no generan verdad
Aunque se repita mil veces, la mentira no se convierte en verdad, como se dice que afirmaba Joseph Göbbels. Si acaso, toma la apariencia de verdad.
Mientras el engaño permanezca, debemos aprender a cuestionar todo tipo de mensaje por cualquier medio que se reciba. Es necesario indagar si es verdad. No debemos dar por cierto su contenido sólo por quien lo expresa.
Poner en duda datos, pensamientos, opiniones y conocimientos evitará que mentiras repetidas mil veces sean consideradas como verdaderas.
Si los argumentos se acaban, mejor alejarse
La terquedad en creer que únicamente las propias ideas son ciertas es, casi siempre, una señal de falta de argumentos. Por eso, es mejor alejarse que perder el tiempo con el necio. Es mejor ocuparlo con quien intercambia razones con ingenio, agudeza y agilidad mental. Porque brinda el gusto de disfrutar el derecho personal de alejarse del disparate de la ofensa.
Reconocer que los argumentos se acaban
El reconocer frente a otros que nuestros argumentos son insuficientes para validar cierta postura o idea no es asunto de valentía. Más bien, es un acto de honestidad intelectual. Por lo tanto, es digno de ser respetado por las siguientes razones:
- sinceridad en el debate de razones,
- tolerancia para reflexionar en creencias diferentes de las propias,
- imparcialidad cuando juzgamos las razones que sostiene el otro.
Cuando hacemos eso, somos conscientes de la posibilidad de que nuestras “convicciones” estén viciadas. Por trampas ideológicas o por un pensamiento sesgado por creencias establecidas. O incluso por la creencia de ser el centro del mundo, lo que provoca que algunos se sientan saberlo todo.
La tolerancia y la prudencia son la mejor solución cuando alguien se niega al diálogo argumentando. En otras palabras, a veces se gana perdiendo.