Tanto para un estudiante, como para un profesor, existen las lecturas del currículo académico (regulado por un programa) sobre el dominio y la acumulación progresiva de determinados conocimientos.
De hecho, uno de los logros de los estudiantes es haber leído y dominado la literatura especializada de su ámbito académico, obteniendo así conocimientos específicos que les proporcionan una identidad profesional y reconocimiento.
¿Qué implican las otras lecturas?
En el nivel superior, la educación de los estudiantes implica la lectura de textos base que construyen sus aprendizajes diarios, sendas obligatorias por las que se debe pasar hacia la titulación, tal es el caso de:
- Diálogos
- Prácticas
- Seminarios
Sin embargo, existen —o deberían existir— las otras lecturas, que aportan muchísimo a la formación tanto de los estudiantes, como de los profesores.
Las otras lecturas son aquellas determinadas no por un currículo académico, sino por el apetito, el temple o el placer de la subjetividad.
Son lecturas en las que se juega el deseo y lo privado: lecturas disidentes, disonantes a la productividad, las que se llevan en el bolso de contrabando.
Si éstas llegan a salirse de su sitio oculto, sentimos una turbación por su estigma expuesto, dentro del ámbito del deber: por su signo de ociosidad, inutilidad o ineficiencia.
Son lecturas que realizamos sin la prisa académica y que, a veces, no compartimos con nadie, pues nadie nos obliga a ellas, sino que se rigen por el gusto personal.
Pero, ¿para qué desperdiciar el tiempo y malograr a alumnos y profesores con lecturas que no se centran en sus competencias de profesionalización académica? Parafraseando a Theodor Adorno: ¿para qué poesía después de las obligaciones de la academia?
La función reparadora de la lectura
Creo que, por un lado, las otras lecturas se ocupan de resolver las inquietudes privadas —morales, imaginarias, intelectuales e identitarias— de los estudiantes y de los profesores. Cumplen una función soteriológica: salvan y motivan.
Sin embargo, pareciera que la academia se ha olvidado de la dicha de la lectura cuando allí se encuentra la formación personal —el ámbito de la competencia del ser— del ciudadano. Bien lo decía el humanista Michel de Montaigne, sus lecturas eran parte de la formación y ensayificación de su carácter.
Al respecto, Michel Petit, en su libro Lecturas: del espacio íntimo al espacio público, cuenta un par de cosas importantes: en tiempos de crisis —guerras, dictaduras y posguerras — la lectura, personal y colectiva, ha cumplido una función reparadora.
No se trata de construir lectores, sino de la manera en que la lectura ha servido a la gente para autoconstruirse, desde lo íntimo, y dar de nuevo rumbo, simbolización y sentido a la realidad.
De tal manera que cabría preguntarnos, en estos tiempos de crisis, ¿qué tanto, aportan las universidades a las otras lecturas?, ¿qué espacios extracurriculares se propician para ello, sin la necesidad de burocratizar con resultados ni de romper la íntima dicha de las otras lecturas?
Leer por placer y no por obligación
Un colega me platicaba sobre las declaraciones de un profesor universitario de literatura: “hace mucho que, como ustedes, no leo por placer”. A su vez, es común, tanto en estudiantes, como en profesores, la hiperespecialización, que los encierra en un ámbito de saberes obligados, sin mayores saberes ni imaginación transversal e interdisciplinaria que nace de las otras lecturas.
Todo escritor, todo genio, lo sabe: una novela, un poemario o hasta un descubrimiento científico no nace de sólo leer lo obligado, de una senda lineal y homogénea, sino de lo otro: del extravío de la curiosidad innata.
Además, la falta de lectura por placer en el ámbito académico va dejando una impresión equivocada: la lectura representa un sacrifico o, peor aún, un dolor de cabeza, un castigo hacia el éxito. ¿Seguiremos fomentando, en un país de no lectores, este estigma?
Borges percibía esta amenaza de la lectura por obligación. En su nota “El único modo de leer”, ante su experiencia como profesor en Buenos Aires, expresa cómo el lector académico sólo se encuentra con las lecturas obligadas. Es, pues, un lector magullado mentalmente por el unívoco camino de la obligación.
No podemos imaginar al propio Borges leyendo y escribiendo sobre un único camino, digamos, antienciclopédico y totalizante. Y, aunque exagera en sus declaraciones sobre el subjetivismo de la lectura que implica el abandono de toda lectura que nos parezca tediosa, apunta algo que debe recordarse: “La lectura debe ser una de las formas de la felicidad”.
Sin embargo, ¿qué tanto el censor de la felicidad puede ser el orientador de nuestras lecturas? También, en un extremo, podría ser otra forma de enajenación.
Dicho espacio de libertad en los saberes debe recuperarse en los ámbitos académicos, por ejemplo, organizando círculos lectores.
De esa manera se puede encontrar más creatividad, universalidad, reconocimiento de lo otro y un sostén de sentido al estudio que aporte a la formación de los alumnos, lo que ayudará, también, a su formación profesional.
Para saber más
Especialidad en Publicidad y Medios Interactivos
Especialidad en Guionismo de Adaptación
Diplomado en Mercadotecnia Digital y Publicidad en Redes Sociales
Diplomado en Marketing Deportivo