El Día de muertos en México reúne numerosos actos que conforman un complejo festivo. Entre los elementos que conforman esta fiesta encontramos los siguientes:
- Ofrenda.
- Visita y decoración de las tumbas en el panteón.
- Comida compartida con el alma de los difuntos (mediante la ofrenda o en la tumba el día 2 de noviembre).
- Alimentos como pan de muerto, calabaza y camote en dulce, tamales.
- Intercambio de artesanías festivas alusivas, en las calaveritas u otras figuras de azúcar.
- Devociones populares y convivencia con los familiares difuntos, como rezos, rosarios, sahumerios.
- Poesía tradicional de temporada en forma de calaveritas literarias.
De verbenas populares, la del Día de muertos
Las verbenas populares en torno a los tianguis festivos de temporada de muertos merecen especial mención. Tienen lugar a mediados de octubre y principios de noviembre.
En ellos, se concentra la imaginería popular viva en esta tradición. Por ejemplo, artesanías, productos tradicionales para la ofrenda y el aderezo de las tumbas en el panteón, entre otros. Los tianguis manifiestan una cultura viva y vigorosa con posibilidades de adaptar esta celebración a las nuevas circunstancias de un mundo en constante cambio.
Una fiesta a la vida
Los sentidos en el Día de muertos
La fiesta del Día de muertos se caracteriza por ser una emotiva explosión de estímulos a los cinco sentidos. El concierto de olores, colores y sabores es un conjunto estético de enorme alegría y optimismo.
Vista: Los vibrantes colores del papel picado se entreveran con el color y el de las flores de cempoalxóchitl, pericón y mano de león.
Olfato: Se entremezclan los olores del copal y las frutas de la ofrenda: guayabas, tejocotes, limas, cañas de azúcar y naranjas.
Gusto: Las calaveritas de azúcar, la calabaza, tejocotes y camotes en tacha, el pan de muerto, los tamales se unen al conjunto visual y olfativo.
Oído: La banda sonora de esta celebración es el murmullo de los rezos en casa o en el panteón, las risas lejanas, algunos cantos religiosos esporádicos. También el rumor de las personas hablando en voz baja en pequeños grupos aquí y allá.
Tacto: El calor humano del tumulto, los apretujones en los corredores entre tumbas, el roce de cuerpos en el ir y venir de los visitantes… Eso también se incorpora en esta fiesta popular de día de muertos.
La vida sigue después de la muerte
Todo armoniza en un conjunto de belleza efímera, como lo que se está celebrando. La fugacidad de la vida no se trunca con el acontecimiento de la muerte. En nuestra cultura, la vida prosigue. De otra forma, pero articulada a esta vida que conocemos.
El más allá no está tan allá que no tenga que ver con las delicias del más acá. La pertenencia al barrio, al pueblo, se mantiene incluso después de muertos. Los lazos de parentesco y la amistad continúan; por tanto, las relaciones sociales se prolongan después de la línea de la muerte.
Los difuntos son invitados a venir a visitarnos. Esperamos que lleguen y su visita siempre es bien recibida, con calor de hogar, cariño y respeto. Nada de sentimientos como asco, miedo o terror.
Nosotros, que nos queremos tanto
Nuestros muertos son una visita esperada, anhelada. Aunque sea un día o dos al año, podemos reencontrarnos alrededor de la mesa y departir juntos, vivos y muertos. Disfrutamos el dulce manjar en la mesa de la ofrenda, nos ponemos al día, comunicamos noticias, echamos trago, fumarnos un cigarrito. Así reconstruimos el espacio común del “nosotros” que ni la muerte disuelve. Seguimos perteneciendo mutuamente a pesar del cambio que la muerte conlleva.
Festejo, no culto
No debe confundirse la fiesta del Día de Muertos en México con un culto a la muerte. Día de Muertos es una celebración festiva a los difuntos, a los ancestros, los antepasados, los que nos precedieron. No celebramos a la muerte, sino a los familiares, amigos y conocidos que ya fallecieron. Porque, de una forma u otra, creemos que los lazos de unión prosiguen a pesar de la muerte.
Día de muertos, fiesta a la vida
La sensibilidad mexicana hacia la muerte es producto de elementos culturales del cristianismo, de las cosmovisiones indígenas y del devenir de nuestro pueblo en busca de su singularidad. Tradición, costumbres, cosmovisiones se entreveran en un acto festivo de devoción popular llena de anhelo de vida. Es una fiesta a la vida. Prolonga la experiencia vital del finado mediante rituales que afirman y reiteran que seguimos juntos. Y seguimos siendo compadres, amigos, esposos, hermanos, a pesar de la separación física.
Mejor no vengan
Día de muertos es una celebración en México tan característica que ya se intenta preservarla ante la Unesco como patrimonio cultural intangible. Esta forma cultural merece ser difundida, comprendida y respetada dentro del propio México. Es un patrimonio vivo que nos distingue de otras concepciones culturales en torno a la muerte. Concepciones que van a contracorriente de la tendencia mexicana, pues, por ejemplo, el Halloween refleja una visión cultural terrorífica de la muerte. La posibilidad de que los muertos regresen a la vida es aterradora, pues regresan para hacer males. Esos muertos regresan sin conciencia de la situación que tuvieron en vida, y carecen de vínculos afectivos con los vivos. Por eso, los vivos no quieren que regresen; mejor que se queden donde están.
Redes sociales con el más allá
Nuestra fiesta del Día de muertos es otra cosa. Prolonga la alegría, la fiesta, la convivencia. Significa un gusto a pesar de la tristeza de la separación física del ser amado a causa de la muerte. Por eso, es una prolongación de las redes sociales hasta el ámbito post mortem.
Optimismo, esperanza, alegría, vivir plenamente a pesar de los pesares son rasgos característicos en nuestra identidad. Son rasgos que se reproducen y prolongan socialmente con esta fiesta tan propia y distintiva de México: el Día de muertos.
Para saber más
Maestría en Filosofía y Crítica de la Cultura, Universidad Intercontinental.
César Enrique Aguilar, “Día de Muertos, una expresión de la antropología”, Bitácora UIC, 19 de noviembre de 2019.
Jesús Ayaquica Martínez, “Día de Muertos: recordar para seguir adelante”, Bitácora UIC, 2 de noviembre de 2018.
Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes es licenciado en Filosofía, maestro en Filosofía y Crítica de la Cultura, ambos por la Universidad Intercontinental. También es doctor en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Docente de las licenciaturas en Filosofía y Teología de la UIC, es director del Observatorio Intercontinental de la Religiosidad Popular “Alonso Manuel Escalante” (ORP). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores; de la Asociación Filosófica Mexicana; del Colegio de Estudios Guadalupanos, y del Grupo Interdisciplinar de Estudios e Investigaciones sobre Religión Popular (GIEIRP). Es el director académico de la revista Intersticios. Filosofía, Arte, Religión, publicación semestral del programa académico de Filosofía UIC. Especialista de los procesos culturales implícitos en los fenómenos religiosos populares en comunidades de ascendencia indígena en México.