La diversidad cultural y las lenguas

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Babel bíblico o de la diversidad cultural

De todos los horizontes del planeta y a lo largo de la historia, nos llega una perspectiva histórica que se asemeja al Babel bíblico y a la diversidad cultural. Pues una infinita variedad de pueblos, lenguas, usanzas, memorias constituyen la humanidad en todos sus momentos.

La teoría paleológica nos dice que el hombre se originó probablemente en un lugar privilegiado del planeta, en una sola raza y con un lenguaje original. Pero esas profundidades casi metafísicas de lo que supuestamente es el origen del hombre no corresponden a los misterios de la diversidad cultural, y no logran explicar el mapa lingüístico tan complejo que caracteriza a dicha diversidad.

Del origen de las lenguas

Todos los hombres poseen un idioma para comunicarse, ¿pero de dónde surgen las diferencias en los sistemas lingüísticos, desde el tronco indoeuropeo hasta el yutonahua, si todas las lenguas nacieron de una cultura original única?

No intentaremos darle una respuesta científica a esta pregunta, pero sí podemos imaginar que la evolución de cada partícula del mosaico cultural del mundo se hizo de manera independiente, en condiciones diversas, ligadas con entornos variadísimos, y sujeta a presiones igualmente disímiles. Imaginemos que las lenguas, como las demás formas culturales de cada pequeño núcleo, de cada comunidad humana, cristalizaron lentamente, adquirieron rasgos particulares y se adecuaron, cada una a su modo, a la realidad que rodeaba a los hombres que las hablaban, quienes a través de ellas se apropiaban de su entorno y lo hacían habitable, íntimo, propio.

No podemos imaginar esta evolución en un aislamiento completo, sino tan sólo relativo: “en mi pueblo se le llama de tal forma a la espiga del maíz, pero mis vecinos la conocen por tal otra palabra”. Sin embargo, estos vecinos culturales hablan la misma lengua, o formas dialectales de un mismo idioma.

Diferentes lenguas

Ahora bien, son las diferencias pequeñas las que permiten entender las grandes: también, en provincias remotas, se hablan lenguas que nosotros no entendemos, pero hay quienes las pueden traducir. Es decir, hay una equivalencia entre lo que ellos dicen y lo que decimos nosotros. Podemos comunicar, intercambiar, aprender de su lengua conceptos que en el nuestro no son iguales o no existen.

Esta descripción simplificada de un mundo cultural “natural”, donde los intercambios se dan a escala de los viajes posibles, donde el bilingüismo es un privilegio, donde cada cultura conserva fuertes membranas de separación con otras, es un tanto imaginaria e ingenua. Sin embargo, permite visualizar cómo se enriquecen unas a otras y se destilan en nuevas formas aquilatadas por el tiempo. Pero también vemos cómo llevadas por la historia, se han expuesto a enfrentamientos, sojuzgamientos, intercambios y otros fenómenos de intercambio menos naturales. El último de estos fenómenos en la escala histórica es el de la revolución tecnológica de las comunicaciones, que ha precipitado en una proporción vertiginosa la evolución del entorno cultural mundial.

Diversidad cultural

Para ampliar esta descripción, me permitiré hablar de un paralelismo que no tiene tal vez más fundamento teórico que el de la metáfora, pero aclara conceptualmente las modalidades de funcionamiento de la cultura y de las lenguas. Hoy en día, se habla de la importancia fundamental de la biodiversidad, en el sentido de que la existencia de una diversidad de especies es biológicamente necesaria para que nuevas especies puedan generarse, y para que las existentes cuenten con las condiciones ecológicas que permitirán su subsistencia futura.

Igualmente, en círculos de estudio de la realidad cultural —incluyendo la Unesco y otros organismos internacionales— se habla cada vez más de diversidad cultural en un sentido orgánico. La variedad de las culturas equivaldría a la variedad de los materiales genéticos. Por el contrario, la extinción de una cultura se podría equiparar a la de una especie animal o vegetal, en el sentido de que cada extinción comprometería las posibilidades de éxito de las culturas subsistentes.

Siguiendo ese razonamiento, la globalización de los mercados culturales, la invasión de los espacios imaginarios por imágenes producidas a nivel industrial, la omnipresencia de dichas imágenes gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación, son un fenómeno equiparable a la contaminación, la desaparición de hábitats y el desequilibrio inducido por el hombre en su afán por hacer de todo lo que lo rodea una fuente de riqueza económica.

Así pues, la ecología de la cultura nos recomendaría preservar las culturas originales, las diferencias lingüísticas, la variedad de creencias y tradiciones, como un banco genético de las culturas del futuro. ¿Pero cómo se traduce esto en la realidad?

Homogeneización cultural

No cabe duda que la homogeneización cultural erosiona gravemente el tejido social. La cultura industrial no responde a los valores de las comunidades, que dependen de códigos comunes, de tradiciones y léxicos propios, para poderse expresar. Su omnipresencia mediática redunda en la erosión y exclusión de dichos valores. Con ello, el ser humano se ve llevado a actitudes individualistas, típicas de la cultura urbana industrializada, que podrían desembocar masivamente —y que desembocan ya en muchos medioambientes— en problemas de diáspora, soledad, delincuencia, violencia, inestabilidad familiar, desajustes psíquicos y otros síntomas de insalubridad cada vez más presentes en nuestras sociedades globalizadas.

La carencia de substratos culturales sanos puede llevar a la pérdida de la creatividad en otros terrenos. Al perderse el diálogo intercultural, decaerían varios aspectos. Veamos algunos de ellos:

  • Participación democrática en asuntos políticos,
  • Búsqueda de la libertad de expresión y de opinión,
  • Inventiva de nuevas formas de organización social, familiar o comunitaria,
  • Respeto de las demás culturas.

Si medimos con estos indicadores un cierto número de especímenes sociales, no tardaremos en ver que, en los países o regiones más sometidos a la cultura industrial, homogénea, la incidencia de estos problemas es cada vez mayor.

Así, la defensa de la diversidad cultural y, en particular, la de la diversidad lingüística, no son solamente cuestiones que deban preocupar a los antropólogos o lingüistas, sino a todos, ya que, en buena medida, de ella depende la salud de nuestras sociedades.

Para saber más

Licenciatura en Traducción, Localización e Interpretación, Universidad Intercontinental.

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