La experiencia de la traducción

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Conoce las circunstancias a las que se enfrenta el artista de las letras en su experiencia de la traducción.

El hombre invisible

La paradoja a la que el traductor se enfrenta al realizar obstinadamente su angustiosa tarea reside en el hecho de que no está entregado a erigir un monumento que conmemore su talento. Al contrario, se esfuerza por borrar todo rastro de su propia existencia. Al traductor sólo se le detecta cuando ha fallado; su éxito estriba en pasar inadvertido.

La búsqueda de la expresión natural y apropiada es la búsqueda de lo que no parece ya una traducción. Lo que se necesita es dar al lector la ilusión de que tiene acceso directo al original. El traductor ideal es un hombre invisible. Su estética es la del paño de cristal de la ventana. Si el cristal es perfecto, dejas de verlo, no ves ya más que el paisaje que hay detrás de él. Sólo en la medida en que tenga defectos cobras conciencia del grosor del cristal que se interpone entre el paisaje y tú.

Verbum e verbo

Al trasladar las palabras del texto, todos los traductores se equivocan de cuando en cuando, pero tales accidentes son remediables, pues se trata de errores elementales ortográficos y tipográficos. La receta para el éxito es simplemente utilizar buenos diccionarios, preferiblemente de la variedad monolingüe. Lo más fácil de traducir son las expresiones difíciles; lo más difícil son las expresiones fáciles.

Con esto quiero decir que las expresiones abstrusas y los términos raros se detectan enseguida, y pueden localizarse de lejos. Son peligros claramente marcados que se pueden superar con prudencia, diccionario en mano. El peligro surge con palabras de apariencia sencilla y cotidiana que uno cree que entiende a la perfección, mientras que en su contexto pueden corresponder a un vocabulario muy distinto, técnico o especializado o a un uso no codificado de la lengua hablada.

Me había propuesto ofrecer algunos ejemplos de errores sorprendentes cometidos por excelentes traductores con el fin de demostrar que profesionales profundamente conocedores del idioma, especialistas en desentrañar los rompecabezas lingüísticos más complejos desde dentro del enclave de sus bibliotecas, lejos de la calle y de su vida, se las arreglaron para caer en trampas muy elementales. Pero ¿qué utilidad puede tener la crítica ociosa? Estoy seguro de que lo que quiero decir está claro, pues en el fondo sólo es una ilustración del viejo principio de la navegación: es peligroso no conocer la propia posición, pero es mucho peor no saber que uno no sabe.

Permítaseme mencionar de nuevo el problema particular que plantean pasajes oscuros o corruptos de textos antiguos. Ciertos traductores se equivocan aquí por un exceso de ingenio: dan sentido a pasajes que ya no posee ninguno; y donde el original es hermético e irregular, su traducción da una impresión engañosa de claridad y fluidez. Jean Paulhan ilumina este fenómeno (a propósito de una traducción de Lao Tse): “Los mejores traductores son en este caso los más estúpidos, que respetan la oscuridad y no buscan dar sentido al material que manejan.”

Traducible e intraducible

Algunos escritores son fáciles de traducir. Por ejemplo: Simenon, Graham Greene y, en general, todos los novelistas cuyas tramas se pueden desenredar de su lenguaje. Otros son difíciles de traducir, como Chardonne, Evelyn Waugh y cualquier novelista cuya narrativa sea inseparable de su lenguaje. Así, por ejemplo, yo leo a Simenon en inglés y a Greene en francés. Algunas de sus novelas llevan conmigo 25 o 30 años, pero curiosamente soy incapaz de saber cuál leí en el original y cuál en traducción. En el primer caso, el idioma es un mero instrumento de creación; en el segundo, constituye el material mismo de la obra.

Cuanto más se aproxima una obra a la forma poética, menos traducible es. La “idea” de un poema está presente sólo cuando toma forma en palabras. Un poema no existe fuera de su encarnación verbal, lo mismo que no existe un individuo fuera de su piel. Degas le dijo a Mallarmé que tenía montones de ideas para poemas y le desalentaba mucho no ser capaz de escribirlos. Mallarmé respondió: “Pero Degas, no es con ideas con lo que hacemos poesía, es con palabras.” Si bien no es completamente absurdo contar una novela de Tolstói, sería inconcebible contar un poema de Baudelaire.

Por eso, la poesía es por definición intraducible (de ahí la recomendación de Goethe de que el verso se traduzca en prosa, para que el lector no se engañe). Puede darse el caso, sin embargo, de que un poema escrito en un idioma pueda inspirar otro poema en otro idioma. ¡Esos milagros suceden! Pero la existencia de milagros no invalida la existencia de leyes naturales: más bien la confirma.

Para saber más

Licenciatura en Traducción, localización e interpretación, Educación Continua, Diplomado en línea en Traducción profesional Inglés-Español, Universidad Intercontinental

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