Desde el arranque de la precampaña en diciembre de 2017, todos los habitantes de este país estamos siendo expuestos a gran cantidad de mensajes de los principales contendientes en las elecciones presidenciales.
Esto no sólo lo percibimos en los 59 millones de spots emitidos por las instancias oficiales y los partidos políticos, sino que también los encontramos en los noticiarios, debates, panfletos, pintas, otros impresos y, por supuesto, internet, en la forma de memes, bots, videos, o las llamadas fake news.
Lo interesante de esto no son las cifras, sino sus contenidos y tendencias. Una parte de éstos corresponden a la propaganda blanca, donde cada partido expone tanto los logros de su trabajo como sus promesas. Otros forman parte de la propaganda negra, que busca engañar a las audiencias a través de mentiras y falsificaciones.
La propaganda negra no es fácil de identificar y puede resultar convincente para los votantes al aprovecharse del desconocimiento que tiene el electorado sobre algunos temas en particular.
Una de las características de la propaganda negra es que los mensajes pueden tener o no una autoría. Sus objetivos son varios: desde desmoralizar al opositor —como lo hizo Adolf Hitler con el ejército francés durante la Segunda Guerra Mundial—, hasta crear falsos rumores que desprestigien la imagen del adversario.
Esto se realiza cuando se toman partes aisladas de su discurso, tergiversarlas y presentarlas como un riesgo por ser una persona corrupta o que no cumple sus promesas, e incluso generar miedo al presentar futuros escenarios catastróficos. Quienes emiten este tipo de mensajes negativos también pueden hacerlo para comparase con su opositor y presentar sus propuestas de campaña, persuadiendo a los votantes de ser la mejor opción.
¿Por qué tiene éxito este tipo de propaganda en la actualidad? Para emitir mensajes efectivos, se apela a las emociones de los votantes, pues se estudia profundamente a las audiencias, sus necesidades, deseos y, sobre todo, sus miedos. A decir de los expertos en la producción de este tipo de mensajes, en la batalla propagandística no basta la transmisión de ideas a los votantes, sino que importa más el contagio de emociones.