La industria de los semiconductores es la columna vertebral de la tecnología moderna, siendo esencial para sectores como el automotriz, la electrónica, la computación y las telecomunicaciones. En un contexto global en donde la seguridad en las cadenas de suministro son una prioridad, el plan de desarrollo de semiconductores que México ha lanzado como proyecto de Estado representa una ambiciosa apuesta estratégica; sin embargo, ello no está exento de retos estructurales y geopolíticos.
Uno de los ejes centrales del plan es la creación de centros de diseño en 2025 y fabricación en 2026 los cuales, abiertos a la inversión privada, buscan atraer capital tecnológico a una región donde las tensiones comerciales y la necesidad de producción local han puesto en entredicho el fenómeno del nearshoring. La cercanía de México con los Estados Unidos, su principal socio comercial, es un activo importante que puede ser aprovechado a través del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) siempre y cuando esto sea parte de los acuerdos en las próximas negociaciones.
Además, el objetivo de duplicar exportaciones e incrementar el empleo especializado para 2030 es una gran expectativa, pero algo alcanzable si se consolidan políticas industriales coherentes y se logran inversiones significativas, estimadas en 10 000 millones de dólares.
La pandemia evidenció la vulnerabilidad de las cadenas globales de suministro. En este sentido, México aspira a convertirse en un eslabón confiable para Norteamérica. La colaboración estratégica con los Estados Unidos, respaldada por fondos de 500 millones de dólares, es un ejemplo del interés mutuo por fortalecer la producción regional de semiconductores.
Adicionalmente, el país cuenta con una base sólida de talento en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Programas como el Jalisco Tech Hub Act son una señal del compromiso de algunas regiones mexicanas por integrar al país en la economía del conocimiento. Si se refuerzan los programas educativos y de capacitación en tecnología, México podría consolidar un ecosistema industrial competitivo en el mediano plazo. No obstante, las oportunidades deben ser contrastadas con una serie de desafíos estructurales que podrían obstaculizar el éxito del plan.
Uno de los principales problemas es la infraestructura. La industria de semiconductores exige un entorno de alta tecnología con acceso constante a energía y transporte eficiente. Actualmente, México enfrenta déficits en ambos aspectos. Competir con países como India o Vietnam, que están ofreciendo incentivos fiscales agresivos y mejorando su infraestructura, será un reto significativo.
Otro obstáculo es la dependencia de importaciones. La producción de semiconductores requiere materiales estratégicos como el silicio y el germanio. Sin una política minera clara que permita nuevas concesiones, México seguirá dependiendo de proveedores externos, lo que podría aumentar los costos y los riesgos asociados a las fluctuaciones en el suministro.
La falta de incentivos fiscales atractivos es también un punto débil. La competencia global por inversiones en semiconductores es feroz, y México debe encontrar un equilibrio entre su política fiscal y las expectativas de los inversionistas internacionales.
Por otra parte, la nueva escuela mexicana tiene que apuntar hacia altos estándares en matemáticas, tecnología y pensamiento crítico para formar, posteriormente, talento sobresaliente en las instituciones de educación superior.
Finalmente, la estabilidad política es crucial. Las empresas tecnológicas requieren entornos predecibles y políticas a largo plazo. Cambios inesperados en la administración pública, incertidumbre, jurídica e inestabilidad, en las políticas de apoyo a la industria, podrían generar falta de competitividad como país, afectando la confianza de los inversionistas.
El plan mexicano para el desarrollo de semiconductores es un esfuerzo visionario que responde a una necesidad urgente de diversificación en las cadenas de suministro. La colaboración estratégica con los Estados Unidos y una exitosa negociación de un tratado libre comercio con Norteamérica son oportunidades únicas; sin embargo, para que este esfuerzo se traduzca en resultados sostenibles, México debe abordar con decisión los desafíos en infraestructura, política minera, incentivos fiscales y estabilidad política.
Si se implementan las políticas adecuadas y se genera un entorno competitivo, el país podría consolidarse como un actor clave en la industria global de semiconductores. De lo contrario, corre el riesgo de quedar rezagado frente a naciones que han apostado con mayor fuerza por atraer este tipo de inversión. En una economía cada vez más dependiente de la tecnología, México tiene una ventana de oportunidad que no puede permitirse desaprovechar.