Son varias las aristas que dificultan el proceso de traducción del albur. Primeramente, este fenómeno ha sufrido de ser incomprendido (González, 2021), al ser estigmatizado como propio de clases bajas (Lavertue, 1998) y reducido a parcas explicaciones pseudolinguísticas (Olguín, 2000; Verduzco, 2013, entre otros).
Esto hace que se especule más de lo que se sabe acerca del albur mexicano. Por lo tanto, los problemas para traducirlo son prelingüísticos; es decir, comienzan mucho antes de la intervención de la pluma del traductor: empiezan desde tratar de comprenderlo.
No obstante, existen diversas obras que han aportado en gran medida a comprender el fenómeno —sin que por ello se hayan agotado las posibles observaciones— desde distintas aristas de la lengua: discursivas (Amtsberg, 2008), cognoscitivas (Rivera, 2015), operacionales (González, 2020), retoricas (Beristain, 1997, 2001) e incluso comunicativas (Duran, 2012; Ramírez, 1997; Rendon, 2015).
Aunado a esto, la segunda dificultad radica en el hecho de que el albur es una muestra cultural sumamente característica de la picardía y del humor mexicano, lo que hace de él un instrumento de vinculación social que cumple una función comunicativa fática (Nino, 2012; González, 2021) entre sus hablantes.
El rasgo del humor que produce este juego verbal lo vuelve una pieza lingüística retadora para los traductores aventureros que busquen lograr en el texto meta el mismo efecto humorístico del albur del texto origen: recrear un mismo cuadro en un lienzo distinto y con colores distintos, tal como lo suscitaban los pensadores de la traducción durante el Romanticismo (Bassnett, 2014).
Respecto de su valor cultural, autores como Navarro (2015) sugieren que el fenómeno cumple todos los criterios para ser patrimonio intangible; prueba de ello es el debate que existe sobre su inclusión como patrimonio cultural inmaterial en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Domínguez, 2016; Navarro, 2015; Oswaldo, 2016; Secretaria de Cultura, 2013). Ninguno de estos aspectos sociales, culturales y humorísticos ha de pasar desapercibido en el traductor que asuma la tarea de traducir albures.
La tercera dificultad intrínseca es la base teórica traductológica que ampare la resolución de la traducción de dilogías. Aunque las dilogías y el humor verbal han sido objeto de mucho interés para estudios lingüísticos —basta reconocer la amplia bibliografía a la que autores como Raskin y Attardo han dedicado su vida académica (Attardo, 2010, 2017; Attardo y Raskin, 1991; Raskin, 1979 y 2008; entre muchos otros)—, no lo ha sido para estudios traductológicos. Es común encontrar en la bibliografía traductológica que el reto de traducir dilogías se incrusta tradicionalmente dentro de los procesos de transcreación, localización, modulación, adaptación o compensación, sin más.
Como cuarto término de dificultad, en materia ahora sí puramente lingüística, se ha encontrado que el albur puede construirse con estrategias localizadas en uno o varios niveles de la lengua. Por tanto, las características del español que licencian la construcción de albures pueden también ser las mismas que impiden la reconstrucción de albures en un sistema lingüístico diferente del que se traduzcan. Cabe preguntarnos, entonces: ¿el inglés ofrece las mismas estrategias en los mismos niveles?
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Este artículo se encuentra en el número 7 de la Revista Enlace UIC.
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