Seis cuentos coreanos: ventanas narrativas a la cultura oriental

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Los cuentos, fábulas y leyendas son valiosos receptáculos de valores culturales que un grupo humano pretende transmitir a las generaciones venideras. En este sentido, son importantes crisoles donde se destilan motivos, sugerencias morales, consejos existenciales y valores de acción en un lenguaje amplio donde lo que se dice —hasta cierto punto—, se dice sin decirlo, se insinúa, se propone y, en el montaje escénico, se advierte lo que puede pasar a quien no obra conforme a lo sugerido.

En este breve escrito, presento cinco cuentos coreanos ilustrados por una serie ex profeso que el servicio postal coreano emitiera hace ya algunas décadas, lo cual no importa, pues su vigencia es atemporal.

Su verdadera valía subyace en adentrarnos en el modo de sentir y pensar que se propone desde estas narrativas, un poco extrañas, tal vez, desde nuestra sensibilidad occidental. La sexta narración no estará ilustrada, pero merece ser integrada por la belleza de su contenido, en plena consonancia con las demás.

Hígado de conejo

Hace mucho tiempo, en el fondo del mar, la hija del rey del mar enfermó gravemente. Los médicos no podían curarla, hasta que finalmente sugirieron que, para poder curarla de su mal, tenían que darle de comer hígado de conejo. El rey mandó llamar a la tortuga, porque es un animal que vive en el mar, pero puede salir a tierra firme.

El rey le explicó a la tortuga su problema y la tortuga se rehusó a ayudarlo porque ningún conejo querría dar libremente su hígado para curar a la princesa. El rey se enojó y amenazó de muerte a la tortuga, advirtiéndole que, si no le traía al conejo, le arrancaría el hígado a ella.

La pobre tortuga no tuvo más remedio que emprender el viaje a tierra firme, agobiada en sus pensamientos: ¿Cómo convencería al conejo para acompañarla? Por fin llegó la tortuga a la playa y lentamente se internó tierra adentro hasta que encontró un conejo; lo saludó cortésmente y le dijo: “ven conmigo, porque el rey del mar hará una gran fiesta en honor de su hija y me mandó por ti para que seas su invitado especial”.

El conejo se sintió halagado y accedió a ir, pero llegando a la playa, le dijo a la tortuga: “no podré acompañarte porque no sé nadar”, a lo que la tortuga respondió: “no te preocupes, puedes subirte en mi concha y yo te llevaré hasta la corte del rey”.

El conejo se subió en la tortuga y ésta lo llevó hasta las profundidades. El rey se alegró mucho al verlo, lo saludó y todos estaban muy felices. El conejo preguntó por la princesa y lo escoltaron a su habitación, donde cerraron las puertas y desenvainaron sus espadas.

El conejo se asustó mucho y fue informado de la verdadera razón de su presencia. El conejo inmediatamente respondió: “¡Ahhh! Lo que tú quieres es mi hígado” y luego viendo a la tortuga: “me lo hubieras dicho cuando me recogiste, no lo sabía y lo dejé en mi casa, tendrás que llevarme a recogerlo”.

El rey se exasperó y ordenó a la tortuga que llevara al conejo a recoger su hígado y volvieran. La tortuga tuvo que volver a tierra con el conejo, quien le reclamó en el camino por haberlo engañado. Ella le respondió que, si no lo hacía, le sacarían a ella su hígado. Siguieron el viaje y una vez en la playa, tan pronto como el conejo pudo pisar suelo seco, emprendió una alocada carrera mientras le gritaba a la tortuga: “¿sabes? Acabo de recordar que yo también lo necesito, mejor dale el tuyo”.

Rico y pobre

Había una vez una pareja que era muy pobre. No obstante su miseria, ambos eran plenamente felices, muy trabajadores, amados por sus vecinos y llenos de vigor. En una ocasión, trabajando en el campo, la mujer encontró un ave con la pata rota, se compadeció de él y la llevó a su casa. Su esposo, al ver al ave, le preparó una camita caliente, y le dieron de comer. Varios días estuvo el pajarito como su huésped y lo consintieron cuanto pudieron hasta que vieron que su pata había sanado. Entonces lo llevaron fuera y gentilmente lo echaron a volar. El pájaro, agradecido, excretó frente a los campesinos una semillita que cayó en la tierra. La pareja se fue a dormir y al día siguiente descubrieron que una planta enorme había crecido hasta cubrir su casa y dio un enorme fruto redondo. Lo cortaron y al abrirlo salieron inmensas riquezas en oro, piedras preciosas y joyería. A partir de entonces su suerte cambió, mas no su entusiasmo, vigor y amabilidad.

Cuando contaron lo sucedido, una pareja envidiosa quiso probar su fortuna repitiendo paso por paso lo acontecido. Así que el hombre capturó un pájaro, se lo llevó a su mujer, quien le rompió una pata, y luego se la curó. Cuando el ave estaba curada, la soltaron, y al volar también defecó una semillita. La pareja envidiosa se fue a la cama ansiosa de acariciar los tesoros que sacarían al día siguiente. Al amanecer, salieron presurosos de su choza y, efectivamente, había crecido una gran planta con un enorme fruto redondo. Lo cortaron impacientes y al abrirlo ¡Oh, sorpresa! Lo que salió fue un gigante armado con garrotes que les puso una paliza memorable, tan memorable que aún hoy los coreanos la recuerdan.

Los niños y el tigre

Hace mucho mucho tiempo, cuando aún había animales salvajes en Corea, la fiera más temible era el tigre, por ser la más grande, furtiva y sorpresiva bestia.

En el campo había una mujer con dos hijos, ella tenía que salir a vender su tok (pastelillos de arroz). Antes de irse y dejar a los niños solos, les advirtió suplicante que no abrieran a nadie la puerta de la casa mientras ella no estuviera.

La madre se internó en el campo y fue sorprendida por un tigre que la devoró. Ella suplicó por su vida diciendo que tenía hijos pequeños, pero el impío animal no la perdonó de su cruel destino.

Una vez que devoró a la madre, el tigre se relamía los bigotes pensando en los dos niños que serían una presa fácil estando solos, así que se encaminó a la casa de la infortunada mujer y se vistió con las ropas de su presa.

Al llegar, tocó la puerta y los niños preguntaron quién era, él les dijo que era mamá y le abrieran la puerta. Los niños respondieron: “no te creemos, no te oyes como ella”, y el tigre les dijo: “sí soy, asómense y véanme”. Los niños se asomaron entre las varas del corral y vieron la vestimenta de su madre,
por lo que rápidamente le abrieron la puerta.

El tigre saltó sobre ellos, pero como estaba pesado por comerse a la mamá de los niños, se le escaparon. Los niños corrieron por el campo abierto y el tigre se aproximaba con enormes saltos. Los dos niños rezaron al Cielo y un árbol creció frente a ellos, lo treparon, pero el tigre empezó a trepar también. Entonces, los niños volvieron a rezar al Cielo y una cuerda descendió, los niños treparon y llegaron hasta las nubes.

El tigre también rezó al Cielo y otra cuerda descendió para él y empezó a trepar, pero los niños volvieron a rezar al Cielo y la cuerda del tigre se rompió, cayó y murió. Los niños descendieron rápidamente por su cuerda, abrieron al tigre y liberaron a su madre devorada.

La pobre doncella

Había una vez una joven doncella que era muy hermosa, pero vivía en la miseria. Su pobreza no afectó su sentido del humor, ni su bondad, pero para poder vivir tenía que trabajar duramente como empleada en una granja donde la dueña la trataba mal y la hostigaba continuamente envidiosa de su belleza.

Sin embargo, esta mujer nunca dejó de trabajar gustosa. Dando siempre más de lo que se le requería, se ganó el afecto de los animales de la granja, los vecinos y se hizo famosa por su belleza y hermoso carácter; hasta que, un día afortunado, un hombre pudiente vino a conocerla y se la llevó como esposa.

Ángel y hombre

Hubo un hombre pobre, pero muy trabajador que, andando por el campo, escuchó voces femeninas en alegre jugueteo; se acercó para ver y eran tres seres celestiales que se estaban bañando en una poza. Una de ellas se dio cuenta de que la observaba y quedaron prendados uno del otro.

Él la llevó a su casa, contrajeron nupcias y vivieron en mucha felicidad y armonía durante un tiempo. Vinieron los hijos y eran realmente felices y respetados por sus vecinos. Hasta que un día la mujer tuvo que regresar al cielo, tomó a sus hijos y se los llevó dejando al hombre solo y triste en su pobre casa.

A pesar de esto, el hombre no se exasperó, ni le guardó rencor, siguió amándola y comportándose como un hombre honorable, trabajador y esmerado. Con el tiempo, sus méritos fueron reconocidos en el Cielo, por lo que le fue dado poder subir a estar con su familia, se reencontraron y, entonces ahora sí, vivieron felices para siempre.

Los arqueros

En un tiempo muy lejano, había un rey en Seúl en el palacio de Kyongbokung. Ya era de edad avanzada y tenía dos hijos muy esforzados ambos, virtuosos y sabios, por lo que no podía decidirse hacia cuál inclinarse para la sucesión del trono.

Entonces, el rey empezó a poner pruebas a los dos hijos, los envió a batallas, los trabó en combates, les encargó difíciles y exóticas mercancías; sin embargo, a cada prueba que el padre ponía, ambos hijos respondían en igualdad de circunstancias.

Técnicamente no podían salir del empate, por lo que el padre se angustiaba pensando en la trágica suerte de su reino si moría sin dejar un sucesor claro y reconocido por todos, pero también mortificado de qué pasaría si optaba por uno sin causa suficiente para que el otro lo reconociera.

Así estuvo algún tiempo hasta que ideó un concurso. Trajo a sus hijos a un patio del palacio y les dio un arco y una sola flecha, después les vendó los ojos. Ya dispuestos así, mandó traer una gallina con sus polluelos.

Con los arqueros ya preparados, se llevaron el nido al otro extremo del patio del palacio y allí soltaron a la gallina, pero se llevaron la nidada. Los polluelos, desesperados, piaban escandalosamente llamando a la madre, y la gallina corría de un lado al otro, desesperada llamando a sus polluelos.

Los arqueros con los ojos cubiertos, tenían que asaetar a la gallina guiados por sus cacaraqueos desesperados por encontrar a sus pollitos. Los dos arqueros empuñaron las armas y tensaron el arco al mismo tiempo, pero después de unos segundos, uno de los hermanos desistió y relajó el arco deponiendo las armas, el otro disparó y volvió el silencio al palacio, pues atravesó a la gallina.

Cuando se acercaron al padre los dos hijos, el rey le preguntó al que no disparó por qué había desistido, a lo que él respondió que había sentido pena en su corazón al escuchar la desesperación de la madre y los hijos buscándose mutuamente. Entonces, el rey lo tomó de la mano y le entregó la corona, porque la misericordia y la compasión rebasan en virtud a la destreza y el tino.

 

Para saber más

Licenciatura en Filosofía, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/licenciaturas/filosofia/

Maestría en Filosofía y Crítica de la Cultura, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/posgrados/cultura-desarrollo-humano/maestria-filosofia-critica-la-cultura/

Ana Vázquez, La retórica prehispánica y la memoria, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/retorica-prehispanica-y-memoria/

Editorial UIC, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/editorial-uic/

Intersticios 49. Los otros rostros del mal, Universidad Intercontinental. Disponible en https://es.scribd.com/document/416326843/Intersticios-49-Los-otros-rostros-del-mal

Observatorio de Religiosidad Popular, ORP celebra V aniversario con tetralogía de libros, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/noticias/orp-celebra-v-aniversario-con-tetralogia-de-libros/

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